Por Nico Perrupato
Como una flor que espera con ansias aquel gorrión que la polinice, Flores siempre supo abrir sus puertas para estas épocas en las que los paladares comienzan a ponerse nostálgicos, quizás melancólicos de recordar sus tardes en compañía de aquel buen helado.
Se enciende entonces la pregunta que comienza a rodar por las calles todavía perfumadas de invierno: ¿Cuándo abrirá Flores?
Ciertos mecanismos de alerta se difunden entre los vecinos que ansían volver a su sabor. Pasan por la puerta a pispiar si algo no está en su lugar, un balde, una escoba, algún síntoma que les haga pensar que en breve abrirá aquel lugar. Se mantienen al tanto y se avisan cuando ven una novedad.
Pero esta vez no todo está en su lugar: este año se nos fue el viejo Flores, y se discute sobre qué va a pasar. Si bien la heladería era atendida por los hermanos Rulo, el artista y artífice del lugar de culto ya no está, y los avatares de la propiedad quizás nos dejen a todos sin nuestro lugar.
Con algunas tardanzas el año pasado abrieron sus puertas comenzando el mes de octubre. En ese entonces los vecinos algo angustiados se vieron obligados a sepultar un septiembre sin helados. Los más jovencitos se vieron privados en primavera de aquel buen lugar y llevaron a sus muchachas a la heladería que del otro lado de la vía se frotaba las manos y remodelaba el lugar.
Este local humilde hoy espera en las sombras. Lo han tapado con diario, lo cual no es precisamente un buen síntoma.
Ya un vecino con la certeza se lamentaba:
-Me tendría que haber tomado aquel último helado.
Su última vez en la heladería –posterior a la muerte del viejo- intentaba sacarle información a Rulo:
-Vos no abrís más…
-¿Te parece? –contestaba el Rulo casi sin ambigüedades.
El empedrado de adoquines desparejo amasado por el 326 que va homogeneizando la calle hace años con su aceite que chorrea y filtra entre los adoquines no será lo mismo sin usted, querida heladería.
Fuera de serie, fuera del sistema. Bastión resistente a los años, al polvo que se adhiere en las ventanas dejando amarillentos los cuadros; a la elasticidad de la demanda, esa que deja a los cines vacíos, que amontona los volúmenes en las librerías. Contado como el lugar idílico que resistió los embates del empresariado ávido de develar sus fórmulas, esas que hacen que un gusto de helado ande de boca en boca sin saborearse.
No te vayas, la lloran los amantes. No queremos quedarnos sin nuestro poético lugar. A dónde irá a parar el cuadro de la chica tomando helado. Quién comprará aquel bebedero sin agua que disparar.
Se enciende entonces la pregunta que comienza a rodar por las calles todavía perfumadas de invierno: ¿Cuándo abrirá Flores?
Ciertos mecanismos de alerta se difunden entre los vecinos que ansían volver a su sabor. Pasan por la puerta a pispiar si algo no está en su lugar, un balde, una escoba, algún síntoma que les haga pensar que en breve abrirá aquel lugar. Se mantienen al tanto y se avisan cuando ven una novedad.
Pero esta vez no todo está en su lugar: este año se nos fue el viejo Flores, y se discute sobre qué va a pasar. Si bien la heladería era atendida por los hermanos Rulo, el artista y artífice del lugar de culto ya no está, y los avatares de la propiedad quizás nos dejen a todos sin nuestro lugar.
Con algunas tardanzas el año pasado abrieron sus puertas comenzando el mes de octubre. En ese entonces los vecinos algo angustiados se vieron obligados a sepultar un septiembre sin helados. Los más jovencitos se vieron privados en primavera de aquel buen lugar y llevaron a sus muchachas a la heladería que del otro lado de la vía se frotaba las manos y remodelaba el lugar.
Este local humilde hoy espera en las sombras. Lo han tapado con diario, lo cual no es precisamente un buen síntoma.
Ya un vecino con la certeza se lamentaba:
-Me tendría que haber tomado aquel último helado.
Su última vez en la heladería –posterior a la muerte del viejo- intentaba sacarle información a Rulo:
-Vos no abrís más…
-¿Te parece? –contestaba el Rulo casi sin ambigüedades.
El empedrado de adoquines desparejo amasado por el 326 que va homogeneizando la calle hace años con su aceite que chorrea y filtra entre los adoquines no será lo mismo sin usted, querida heladería.
Fuera de serie, fuera del sistema. Bastión resistente a los años, al polvo que se adhiere en las ventanas dejando amarillentos los cuadros; a la elasticidad de la demanda, esa que deja a los cines vacíos, que amontona los volúmenes en las librerías. Contado como el lugar idílico que resistió los embates del empresariado ávido de develar sus fórmulas, esas que hacen que un gusto de helado ande de boca en boca sin saborearse.
No te vayas, la lloran los amantes. No queremos quedarnos sin nuestro poético lugar. A dónde irá a parar el cuadro de la chica tomando helado. Quién comprará aquel bebedero sin agua que disparar.
Comentarios
Como IKV, Flores tambien vuelve...
PD: ¿Los Hnos. Rulo? Si sos tan fanatico del lugar, la proxima vez que vayas, Nico, saludalos como Juan (pelo corto) o Leo (pelo largo), loco... un poco de respeto...
si usté lo dice y sus fuentes lo avalan, festejemos