Por Fabián Rodríguez para Revista Planta
UNO. México DF, julio de 1976. El sistema electoral del país, diseñado por el Partido de la Revolución Institucional (PRI) para su propio beneficio, lleva la ilegitimidad del régimen de partido hegemónico hasta el paroxismo: en las elecciones generales del 4 de julio de aquél año, hay una sola fórmula presidencial para votar, la que encabeza José López Portillo. También se eligen 237 diputados federales y 64 senadores.
No hay otras alternativas a López Portillo. El principal partido de oposición, el derechista Partido de Acción Nacional (PAN), atraviesa una crisis interna muy fuerte, y no solo ha decidido no presentar candidato a presidente, sino que además llama a anular el voto. Hay otros dos partidos de centro derecha que apoyan los candidatos del PRI, y después está la izquierda, mayoritariamente aglutinada en el Partido Comunista Mexicano (PCM), ilegalizado desde 1940.
A diferencia del PAN, la dirigencia del PCM sí decide presentar un candidato a presidente, el dirigente ferroviario Valentín Campa, porque según los cálculos de la cúpula del PCM, esto serviría para castigar realmente al régimen, dado que en México no existía una tradición de electores que fueran a votar para anular su voto.
El sistema de votación mexicano de aquellos años no ha variado demasiado del actual: cada elector tiene una boleta con los nombres de los candidatos, y un espacio en blanco para los candidatos “no registrados”, que la gente puede escribir de puño y letra. Demás está decir, que los votos que decían “Valentín Campa” no eran fruto del libre albedrío, sino de una directiva del Comité Central del Partido, cumplida a rajatabla por afiliados, militantes y simpatizantes comunistas. O sea: los mandaron a votar de esa manera, y a los que hizo falta, los fueron a buscar a la casa y le dieron las órdenes del caso. Y si había que darle un sandwich, se le daba.
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Comentarios
chinoclau
saludos