A los dos años de haberse instalado en aquel barrio de calles de tierra y jilgueros piando en las copas de los árboles, alguien llamó a la puerta haciendo sonar las palmas de sus manos. Sí, dijo José del otro lado del alambrado, levantando las pestañas y arrugando la frente, qué tal maestro me llamo Rafael, se presentó el Rafa, un pibe de la zona que andaba buscando trabajo, ¿de casualidad no necesita un ayudante?
El hombre aceptó y con el paso de los meses aquel chico de ojos y piel oscura que asentía obedientemente cada una de las enseñanzas que le bajaba el oriental, fue incorporando los detalles de un oficio que hasta ese momento le eran totalmente ajenos: en qué cantidades y cada cuanto tiempo hay que darle agua a los árboles, cuándo se los poda o trasplanta, qué ejemplar es más valioso y por qué (por edad o por lo exótico del lugar donde crece), con qué elementos de la naturaleza se prepara el nutriente para la tierra donde crecen. El Rafa trabajaba más de doce horas diarias y volvía a casa con los huesos rotos. Era varios años más chico que ahora, andaba soltero, y el tiempo libre lo gastaba en sus dos más preciadas pasiones: ir a ver a Almirante Brown y a la Renga.
Ya con el conocimiento de su trabajo diario incorporado, y en el marco de un negocio que no paraba de crecer, el Rafa le preguntó a su jefe si se podía construir un rancho dentro del predio ya que su novia estaba embarazada y quería irse a vivir con ella. El hombre accedió y le pagó parte de su jornal con ladrillos, cemento y arena. Al tiempo nacería Axel, el primer y único hijo de aquel pibe con una melena hasta la mitad de la espalda que había crecido en un barrio humilde de la zona.
Hoy el Rafa es uno de las personas que más conoce del arte del bonsái. Decenas de clientes lo consultan e intercambian con él conocimiento, o árboles, a cambio de otros bienes: una entrada para ir a ver al Indio por dos palos borrachos y una maceta, dos plateas para ver a Boca por un membrillo o quinotero, un par de zapatillas Adidas por un olmo chino. Conoce al pié de la letra cada uno de las más de cien ejemplares de plantas que crecen dentro del vivero. De semilla, de tallo, en la tierra o dentro del invernadero, todos y cada uno de los árboles, después de su debido tiempo de crecimiento, terminan en la gran mesada que hay al costado de la puerta de entrada -unos tres mil ejemplares- a la vista del público.
La primera vez que fui me dijo: agarrá la panamericana, bajas en la 197, cruzas por debajo del puente y le das hasta una Ypf (veinte cuadras). Ahí hacés una S y salís a la calle Tres Arroyos. Todavía recuerdo la formidable sensación que tuve al pasearme entre los tablones rebasados de los más disímiles árboles y su paleta de aromas y colores.
Una vez por mes, el Rafa me invita a comer carne asada en la parte de atrás de su casa, al lado de la pelopincho y con vista al fondo del vivero donde hay un cañaveral y una plantación de plátanos. Su mujer tiene seis hermanas, y siempre tiene a mano una historia para contar. La última: se les extravió una abuela. Axel, su nene de diez años, ligó la play station III para el cumpleaños y los compañeros de grado, en lugar de aprovechar la enorme extensión verde del predio para jugar a las escondidas, se encierran en la pieza a quemarse las pestañas con los jueguitos.
El Rafa, cuando toca la Renga, alquila un micro y lo llena de pibes del barrio. Unos días antes los va a buscar a la canchita donde se juntan a tomar vino y les ofrece el viaje y la entrada por poca plata. Yo soy así, Marian, me dice mientras podamos un árbol juntos, a la sombra. Trato de darles la oportunidad a los pibes que yo sí tuve.
Hoy en día ya casi no hablamos de bonsáis: no me gustan nada las plantas, dice, entre seca y seca que le da al cigarro, nada más es mi laburo. Desde hace un tiempo venimos charlando bastante de política, en especial sobre el gobierno de Cristina, y cuando ya nos tomamos un par fernets, y la brisa de la noche estrellada pareciera acariciarnos, de las dificultades con nuestras parejas.
Comentarios
fabuloso el cuento... me dio ganas de ir a ver los bonsais.
Saludos
Javier
Como dijo Javier, dan ganas de ir a ver los bonsai
abrazo
Mariano
Así que aplauso, medalla y beso para él.
saludos!