Post enviado por Pablo Solana
Las fiestas de fin de año tienen para Pitu un sentido especial, a pesar de que no le gusta mucho la navidad, y que en general no se entusiasma con las celebraciones. Como no sucede en otros momentos del año, las casas del barrio se visten de fiesta. Bueno, la casa de Pitu mucha vestimenta especial no recibe, en realidad.
Apenas su hermanita más chica cuelga una guirnalda por acá o por allá. Su madre se esmera con la limpieza, eso sí. Más precisamente, para estas épocas la casa de Pitu se perfuma: el olor de la parrilla primero, y de la carne asada después, le dan el rasgo distintivo a la celebración. A él le gusta eso, porque al lado de la parrilla es donde más cómodo se siente con su viejo, con quien comparte la responsabilidad y el gusto de cumplir, paso a paso, con el ritual: juntar algunos papeles con tablitas del cajón de verdulería, prender la pirámide irregular de maderas y en seguida meter la bolsa de carbón encima, preparar las brasas, limpiar los fierros en V de la parrilla una vez calientes, primero con papel de diario y después con un cachito de grasa que cortan de la tapa de asado o el vacío.
Las cervezas estaban en la heladera desde ayer, y el rito de preparar el asado empezaba con la Quilmes bien fría en la mesita del patio. Pitu aprovechaba estas fechas para comprar una bolsa grande de papafritas. Con sus 15 años, estaba contento de que su viejo le reconociera la adultez suficiente como para no tener que tomar cerveza a escondidas y compartir con él la parrilla y la bebida, pero también mantenía otras costumbres de adolescente, como su debilidad por las papafritas. El viejo lo dejaba hacer pero no lo acompañaba: prefería el salamín.
Pitu se ofrecía para ir a hacer las últimas compras al almacén, además, en cada noche de fiesta. El asadito en su casa a parrilla completa lo enorgullecía, pero también sentía algo de emoción al recorrer el barrio y sentir cómo el olor a carne asada y el humito de las parrillas emanaban de varias otras casas. "Los yanquis tendrán la navidad con sus chimeneas humeantes. En nuestro barrio, lo que humea son los chinchulines a la parrilla", pensó mientras hacía el recorrido de vuelta desde el almacén. Si bien era un barrio de laburantes, sabía de muchos casos, e intuía otros, en los que era grande el esfuerzo que en cada familia se hacía para tener una digna parrilla lo más completa posible para las fiestas. Ya entendía, con sus 15, lo de la crisis económica; ya padecía, por joven y rebelde, el mazazo de la discriminación; ya conocía, en la realidad de otros barrios, que el problema, el verdadero problema, muchas veces era el límite del hambre. Por eso, aunque sea para fin de año, estos asaditos masivos tenían sabor a revancha. En el caso suyo y el de otras parrillas humeantes del barrio era así, claro. Pero distinto era en los casos donde no había parrilla o a veces ni siquiera familia. Bien conocía Pitu la realidad de la villa lindante: al viejo Cosme, que vivía solo con su perro malo, en el límite de la indigencia; la piba Laura, también sola con sus tres críos; los Reyes, que se habían venido abajo desde que el viejo falleció. Pensando en ellos, Pitu se sorprendió con una consideración hacia la Iglesia que no solía tener: estaba bien, se dijo, que el Padre Juan organizara esas comidas comunitarias para quienes no tenían con quién o con qué pasar las fiestas.
Con los petardos y los fuegos artificiales, en cambio, Pitu tenía un sentimiento ambiguo. Por un lado, le parecía un derroche de plata injustificado: una cosa era gastarse medio aguinaldo en los asaditos de fin de año para toda la familia grande, como hacía su viejo, y otra distinta era hacer explotar por los aires una artillería inofensiva valuada muchas veces en billetes de a 100. Pero por otro lado, asociaba aquellas explosiones a la exteriorización de una felicidad que sólo en algunas ocasiones superaba lo individual para convertirse en festejo comunitario: cuando se recibió su hermana de contadora, por ejemplo, que era un festejo de su familia, no hubo petardos. Pero cuando Boquita salió campeón sí, y ahora que todos coincidían en desearse mejores augurios para el año que comenzaba, también.
Aún así, él no prendería petardos en este año nuevo, por ese sinsabor del derroche, y porque ya estaba grande. Como el año pasado, este año repetiría su propio, secreto ritual. Después del brindis, se iría a su cuarto, y se pondría a improvisar en un cuaderno los versos de una poesía que había empezado en la navidad, y que ahora tenía inconclusa. La noche de navidad, mientras preparaba el fuego en la parrilla, vio en una de las hojas del diario local que ya estaba arrugada para ser encendida, la siguiente noticia: "Gatillo fácil: policía mata de un tiro en la espalda a pibe cantante de hip hop". Pitu lo conocía al pibe, y se sintió mal. Masticó bronca, y pasó la noche contrariado entre los festejos y la angustia. Pitu no quería que el orgullo por la parrilla bien cargada en su casa y la emoción por las demás parrillas humeantes del barrio le hicieran perder de vista que, más allá de la satisfacción de compartir esa Quilmes bien helada con el viejo y ver a su madre y sus hermanas felices esa noche, había muchas cosas, las de fondo, que no andaban bien en este mundo.
Había empezado a escribir, después del brindis de Navidad, con la desfachatez de su edad: "¿El hombre es el lobo del hombre? / Algunos hombres son lobos, sí / de otros hombres, de la naturaleza, de sí mismos. / Curioso sistema éste que tiene / entre sus mandantes a los ejecutantes / de la esencia de nuestra humanidad / ¿qué son si no / los policías, asesinos, políticos, milicos, sino lobos, buitres, ratas / que acechan al hombre, a la mujer, al viejo, al niño / y a todas las demás cosas?". Pitu no sabía cómo, pero quería que su poesía fuera letra de hip hop en homenaje al pibe baleado por la policía antes de navidad. Sentarse a terminar su canción de denuncia en este año nuevo, tenía para él un sentido especial. En esa búsqueda por comprender mejor el mundo que se le viene encima, había llegado a sus manos, por medio de la profe de historia del bachillerato, un libro de un tal Rodolfo Walsh, que contaba su militancia a través de su escritura y su resistencia a la dictadura. A Pitu le había impactado especialmente una anécdota que decía que Walsh, después de brindar un año nuevo con su mujer en la clandestinidad, se había sentado a la máquina de escribir a redactar un escrito de denuncia. "Así quiero empezar el año, escribiendo contra estos hijos de puta", había dicho aquella vez el escritor.
Con esa anécdota repiqueteando en la cabeza, Pitu brindó sin ganas esa noche, pasó por el patio y vio satisfecho cómo aún sobraban achuras en la parrilla. Agarró por el cuello la botella de cerveza recién abierta, y se fue a su cuarto, a seguir con su poesía, su particular modo de resistencia a la mediocridad.
Comentarios
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1215595
el hombre suburbano y andrea gracia desde gerli
saludos
Buen año!!
Marina.
Que pasa Conu, hace un mes los puteabas por el campamento y ahora los bancas?
P
V
No le demos bola a la provocación del ánonimo de arriba, sigamos ampliando el campo de lo nacional y popular, con intransigencia y confrontación, sí, con la derecha. Y tolerancia y convivencia con la zurda loca, que un acampe piquetero y una huelga de subtes cada tanto le ponen un poco de pimienta al debate popular, si no los compañeros peronistas se nos ponen monótonos puteando sólo a clarín, a biolcati y a pino, ja ja
un abrazo
pablo
un abrazo grande, y muy feliz 2010.