Recién lo acabo de ver al maestro en la tele, y me acordé de una anécdota que a mi me trae muy lindos recuerdos.
Corría el año 1997, y en una plaza del conurbano departía cervezas y porros con algunos amigos de aquella época, con quienes solíamos juntarnos en una pizzería que cerraba sus puertas a eso de las dos de la mañana. Cuando el dueño nos echaba, seguíamos la tertulia comprando la bebida en un kiosco que estaba enfrente.
Pasábamos el tiempo charlando de cualquier cosa, y piropeando a las chicas conurbanas que pasaban por el lugar. A veces, si nos envolvía el atrevimiento, pedíamos monedas a los transeúntes ocasionales, o a los automovilistas desprevenidos que paraban en el semáforo. No mentíamos, decíamos que era para la birra y ya. El que nos daba, lo hacía a conciencia.
Esa noche, entre una cosa y otra, vimos pasar a una cupé Mercedes Benz blanca, imponente, que fue advertida por uno de los pibes al grito de: -¡Mirá!
Cuando vimos que el auto paraba en la esquina por la luz roja, no dudamos en arrimarnos a la ochava para encarar al conductor.
Enorme sorpresa nos llevamos, cuando vimos que a volante iba nada menos que Johnny Allon.
Enseguida, quien esto escribe, se tiró encima del capot de la cupé al grito de: -¡Johnny, maestro, entregá la rubia!
En el asiento de acompañante, viajaba una jovencita despampanante, que si hoy conservara esa figura, traquilamente podría ser participante de Bailando Por un Sueño o tapa de la Papparazzi.
Ante tan incómoda situación, Johnny soltó el volante y levantó sus manos en señal inequívoca de defensa (no puedo decir que se asustó, pero sí que se le llenó el culo de preguntas), mientras algunos de mis amigos le golpeaban el vidrio en busca de un abrazo, un autógrafo o, como no, una moneda.
Cuando la luz verde se apiadó de nuestro ídolo, este nos hizo señas de como que estaba apurado. Nosotros lo entendimos y nos corrimos a un costado.
Antes de poner primera y salir presuroso, el tipo manoteó la guantera y mientras abría un par de centímetros el vidrio de su ventanilla, nos entregó una foto suya firmada de puño y letra.
Como corresponde a estos casos, decidimos sortearla entre todos de manera transparente: el primero que se animara a estrellar una botella -vacía- contra el frente de la Iglesia, se haría acreedor del presente.
Fue el Negro, quien nos madrugó a todos e hizo estallar el cristal ocre que yacía desde hacía rato junto a uno de los bancos de la plaza.
Todos lo miramos con cara de asombro, pero con sentimiento de envidia que todavía persiste.
PD: Dicen, algunos, que nombrar a Johnny Allon es mufa. Ustedes hagan lo que quieran. A mi eso me parece una boludez.
Corría el año 1997, y en una plaza del conurbano departía cervezas y porros con algunos amigos de aquella época, con quienes solíamos juntarnos en una pizzería que cerraba sus puertas a eso de las dos de la mañana. Cuando el dueño nos echaba, seguíamos la tertulia comprando la bebida en un kiosco que estaba enfrente.
Pasábamos el tiempo charlando de cualquier cosa, y piropeando a las chicas conurbanas que pasaban por el lugar. A veces, si nos envolvía el atrevimiento, pedíamos monedas a los transeúntes ocasionales, o a los automovilistas desprevenidos que paraban en el semáforo. No mentíamos, decíamos que era para la birra y ya. El que nos daba, lo hacía a conciencia.
Esa noche, entre una cosa y otra, vimos pasar a una cupé Mercedes Benz blanca, imponente, que fue advertida por uno de los pibes al grito de: -¡Mirá!
Cuando vimos que el auto paraba en la esquina por la luz roja, no dudamos en arrimarnos a la ochava para encarar al conductor.
Enorme sorpresa nos llevamos, cuando vimos que a volante iba nada menos que Johnny Allon.
Enseguida, quien esto escribe, se tiró encima del capot de la cupé al grito de: -¡Johnny, maestro, entregá la rubia!
En el asiento de acompañante, viajaba una jovencita despampanante, que si hoy conservara esa figura, traquilamente podría ser participante de Bailando Por un Sueño o tapa de la Papparazzi.
Ante tan incómoda situación, Johnny soltó el volante y levantó sus manos en señal inequívoca de defensa (no puedo decir que se asustó, pero sí que se le llenó el culo de preguntas), mientras algunos de mis amigos le golpeaban el vidrio en busca de un abrazo, un autógrafo o, como no, una moneda.
Cuando la luz verde se apiadó de nuestro ídolo, este nos hizo señas de como que estaba apurado. Nosotros lo entendimos y nos corrimos a un costado.
Antes de poner primera y salir presuroso, el tipo manoteó la guantera y mientras abría un par de centímetros el vidrio de su ventanilla, nos entregó una foto suya firmada de puño y letra.
Como corresponde a estos casos, decidimos sortearla entre todos de manera transparente: el primero que se animara a estrellar una botella -vacía- contra el frente de la Iglesia, se haría acreedor del presente.
Fue el Negro, quien nos madrugó a todos e hizo estallar el cristal ocre que yacía desde hacía rato junto a uno de los bancos de la plaza.
Todos lo miramos con cara de asombro, pero con sentimiento de envidia que todavía persiste.
PD: Dicen, algunos, que nombrar a Johnny Allon es mufa. Ustedes hagan lo que quieran. A mi eso me parece una boludez.
Comentarios
Me gustó tu intervención en la bloguera. Que se repita.
AnA
K
V
"Mañana iré a buscarteee"
Selo Disk Jockey (P) 1974
En la linea de tormen...
Saludos.
Gerardo: allí estaré compañero.
Verbo: naah, como se le ocurre? yo con eso nada que ver... (?)
Gulle: claro que sí!!!
Negro cachimba: vo me matá nene! Dicen que Johnny es el dueño de SkyLab (ahora tiene otro nombre). Un maestro. Me hiciste llorar con "qué hacesssss león????"
"Avellaneda"; me dije, esta combinación la conozco...
Conu, ud. no será el mismo que...?
“Yo hago ravioles, ella hace ravioles, yo hago puchero, ella hace puchero”
Ud. me entiende! ;)