Un día como hoy pero hace doce años (UDP dixit) mi abuelo polaco dejaba esta vida para siempre. Justo ayer le comentaba al compañero Mauri que estoy leyendo un libro de Claudio Martiniuk sobre la inmigración polaca, que le recomiendo a todo el mundo.
Por esas cosas que tiene esta vida, el viejo dijo basta a los 97 años, un día después de haberse mudado a la casa de su hijo menor, el único varón. Aunque su mente estaba más lúcida que nunca, hacía rato necesitaba de cuidados permanentes, dado que su cuerpo le venía pasando las facturas de una vida bastante sacrificada como laburante en las cámaras frías de un frigorífico del conurbano. Para colmo, una vez que se jubiló, en lugar de dedicarse a cuidar la hermosa quinta que tenía en su casa, el tipo volvió a su antiguo oficio de albañil, que había ejercido durante los primeros años luego de su llegada a nuestro continente.
Para ir a trabajar, el abuelo se tomaba todos los días el primer tren, que pasaba a las cinco de la mañana. Un día, en uno de esos viajes, conoció a una joven entrerriana que trabajaba como mucama con cama adentro en la casa de una familia judía de Barrio Norte. La chica, diez años menor que él, se llamaba María y tenía un franco semanal, que utilizaba para volver a la pensión en la que vivía con sus tres hermanas.
Basilio (así se llamaba el abuelo) estaba anonadado por la belleza de aquella pequeña mujer de rasgos aindiados, sencilla y pulcra; en tanto que María, se sentía deslumbrada por la mirada azul cielo de este hombre esbelto, rubio y parco, aunque tierno en su permanente cortejo hacia ella.
Tiempo después, cuando María se enteró que en marzo de 1941 iba a dar a luz, decidieron irse a vivir juntos, aunque por un tiempo ella seguiría trabajando y viviendo en Barrio Norte.
Cuando hubo que decidir un nombre para la pequeña, no hubo dudas: como usualmente se hacía por aquellos años, la patrona de María sería quien elegiría los nombres de la beba. Sin margen para oponerse, Basilio aceptó en silencio lo que para él era una costumbre extrañísima, cuasi feudal.
Marta Susana (ambos nombres de origen hebreo) fue una niña sana y hermosa, que heredó los rasgos de su madre, y el físico y la fortaleza moral del polaco, que cada día se esforzaba por hablar mejor el castellano (contariamente a lo que muchos sostenían en esos años, mi abuelo y sus paisanos no eran ninguna chusma. Al bajar del barco hablaban perfectamente en tres idiomas: polaco, ruso y alemán).
Mientras Marta Susana crecía al cuidado de sus tías, María y Basilio no paraban de trabajar, aunque ella había abandonado su empleo de cama adentro para desempeñarse como obrera textil. Basilio continuaba en el frigorífico, con un régimen laboral un poco más atemperado: al ser reconocida su tarea como "insalubre", podía pasar más tiempo con su pequeña hija.
Corría la segunda mitad de la década del cuarenta y el esfuerzo de ambos se había visto recompensado en la concreción del tan ansiado sueño de la casa propia.
En 1949 llegó el segundo embarazo de María, pero claro, ya no había patrona que bautizara niñas, y eran ellos los que tenían que decidir como se iba a llamar la criatura. Esta vez tampoco hubo dudas: María decidió que su segunda hija mujer se llamara María Eva, y Basilio ya no asintió en silencio, sino que festejó la idea, y se encargó de contar orgulloso, a sus compañeros del frigorífico, a sus vecinos y a la familia, la buena nueva.
Años más tarde llegaron dos vástagos más, Olga y Basilio, y luego una docena de nietos y algunos bisnietos también. Marta Susana, la primogénita, le dio a sus padres tres nietos varones, uno de los cuales gustaba charlar con su abuelo de cualquier cosa menos de fútbol (mi abuelo odiaba el fútbol). Entre los temas de conversación, había uno recurrente: un General de apellido francés, que había sido un buen presidente de nuestro país en tres ocasiones, y cuyo mayor logro de gobierno era haber hecho de mis abuelos dos personas felices.
Durante muchos años, para mí el peronismo fue eso: el hecho político que le había dado a mis abuelos la dignidad de poder elegir el nombre que le querían poner a sus hijos; el orgullo de Basilio de poder contarle a todo el mundo que su segunda hija llevaría el nombre de Evita, un homenaje en vida, a esa mujer que había vivido por y para ellos.
Por esas cosas que tiene esta vida, el viejo dijo basta a los 97 años, un día después de haberse mudado a la casa de su hijo menor, el único varón. Aunque su mente estaba más lúcida que nunca, hacía rato necesitaba de cuidados permanentes, dado que su cuerpo le venía pasando las facturas de una vida bastante sacrificada como laburante en las cámaras frías de un frigorífico del conurbano. Para colmo, una vez que se jubiló, en lugar de dedicarse a cuidar la hermosa quinta que tenía en su casa, el tipo volvió a su antiguo oficio de albañil, que había ejercido durante los primeros años luego de su llegada a nuestro continente.
Para ir a trabajar, el abuelo se tomaba todos los días el primer tren, que pasaba a las cinco de la mañana. Un día, en uno de esos viajes, conoció a una joven entrerriana que trabajaba como mucama con cama adentro en la casa de una familia judía de Barrio Norte. La chica, diez años menor que él, se llamaba María y tenía un franco semanal, que utilizaba para volver a la pensión en la que vivía con sus tres hermanas.
Basilio (así se llamaba el abuelo) estaba anonadado por la belleza de aquella pequeña mujer de rasgos aindiados, sencilla y pulcra; en tanto que María, se sentía deslumbrada por la mirada azul cielo de este hombre esbelto, rubio y parco, aunque tierno en su permanente cortejo hacia ella.
Tiempo después, cuando María se enteró que en marzo de 1941 iba a dar a luz, decidieron irse a vivir juntos, aunque por un tiempo ella seguiría trabajando y viviendo en Barrio Norte.
Cuando hubo que decidir un nombre para la pequeña, no hubo dudas: como usualmente se hacía por aquellos años, la patrona de María sería quien elegiría los nombres de la beba. Sin margen para oponerse, Basilio aceptó en silencio lo que para él era una costumbre extrañísima, cuasi feudal.
Marta Susana (ambos nombres de origen hebreo) fue una niña sana y hermosa, que heredó los rasgos de su madre, y el físico y la fortaleza moral del polaco, que cada día se esforzaba por hablar mejor el castellano (contariamente a lo que muchos sostenían en esos años, mi abuelo y sus paisanos no eran ninguna chusma. Al bajar del barco hablaban perfectamente en tres idiomas: polaco, ruso y alemán).
Mientras Marta Susana crecía al cuidado de sus tías, María y Basilio no paraban de trabajar, aunque ella había abandonado su empleo de cama adentro para desempeñarse como obrera textil. Basilio continuaba en el frigorífico, con un régimen laboral un poco más atemperado: al ser reconocida su tarea como "insalubre", podía pasar más tiempo con su pequeña hija.
Corría la segunda mitad de la década del cuarenta y el esfuerzo de ambos se había visto recompensado en la concreción del tan ansiado sueño de la casa propia.
En 1949 llegó el segundo embarazo de María, pero claro, ya no había patrona que bautizara niñas, y eran ellos los que tenían que decidir como se iba a llamar la criatura. Esta vez tampoco hubo dudas: María decidió que su segunda hija mujer se llamara María Eva, y Basilio ya no asintió en silencio, sino que festejó la idea, y se encargó de contar orgulloso, a sus compañeros del frigorífico, a sus vecinos y a la familia, la buena nueva.
Años más tarde llegaron dos vástagos más, Olga y Basilio, y luego una docena de nietos y algunos bisnietos también. Marta Susana, la primogénita, le dio a sus padres tres nietos varones, uno de los cuales gustaba charlar con su abuelo de cualquier cosa menos de fútbol (mi abuelo odiaba el fútbol). Entre los temas de conversación, había uno recurrente: un General de apellido francés, que había sido un buen presidente de nuestro país en tres ocasiones, y cuyo mayor logro de gobierno era haber hecho de mis abuelos dos personas felices.
Durante muchos años, para mí el peronismo fue eso: el hecho político que le había dado a mis abuelos la dignidad de poder elegir el nombre que le querían poner a sus hijos; el orgullo de Basilio de poder contarle a todo el mundo que su segunda hija llevaría el nombre de Evita, un homenaje en vida, a esa mujer que había vivido por y para ellos.
Comentarios
Salud
Desde una lectura materialista de la historia, el Peronismo fue sólo un régimen bonapartista de origen burgués que operó como conciliador en el conflicto entre capital y trabajo, enterrando para siempre las posibilidades de una revolución socialista en la Argentina. Nada más que eso.
Gracias a Dios que tus abuelos no manejaban la dialéctica hegeliana, sino se habrían pasado su vida repitiendo pelotudeces.
Un abrazo enorme,
ManuK.
PA: es hermosa y para mí tiene un significado político infinito.
Verbo: gracias cumpa, es la idea del blog. Vos también lo hacés bien y lo sabés. Detesto a los blogs del tipo "la pelusa de mi ombligo".
Manuk: totalmente, graciadió. Ambos, a duras penas habían terminado la primaria, pero la tenían mucho más clara que cualquier pelotudito de esos que ya sabés. La frutilla del postre: mi abuela no pero mi abuelo ¡¡¡era ateo!!! ¡polaco, peronista y ateo!
abrazo gente!
Para envidia de Gramsci y los fundamentalistas del materialismo dialectico.
Abrazo, Conu.
V
Tenés un estilo de redacción, propio me parece, muy interesnte.
¡Esto es peronismo!
Abrazo
Muy bueno el post, pero recuerde que la felicidad no es solo peronista, a veces se viste de Fox Trot
Comparto lo que dijo Manuk más arriba, pero a veces nosotros los peronistas también nos vamos de mambo con algunas definiciones.
Este relato es brillante porque logra eso, explicar, sencillamente, que fue el peronismo para el pueblo argentino.
Anónimo: eh, me va a hacer poner colorado! la próxima firme con nombre porque sino van a decir que soy como Fabián Casas, que se firmaba el mismo en su blog (?).
Escriba: Entenderán algún día?
Charlie: que bueno tenerlo por acá. Viva el mestizaje.
Colo: usted lo dijo, Identidad.
Alex: gracias amigo.
Saludos.
es esta
Linda manera de nacer al peronismo.
Algún día de estos voy a comenzar un blog y voy a contar parte de la historia de mi flia que tiene que ver más con las antinomias que se vivieron en aquellos tiempos.
Leguar
Charlie: muy noble lo suyo, muchas gracias.
Cehaj: bueno.... no se que decirle compañero, mire lo que dice! gracias de todas formas.
Leguar: Ahora Es Cuando.
Es una historia que siempre me conmovió y esta relatada maravillosamente.
Besotes peronisticos.
Tu compañera conurbarence,
Mechita
Sin conocerte, puedo decir que sos un gran tipo.
Me alegra además que se estén dando cuenta todos.
Si hubiera premios, venís sacando varios cuerpos al mejor blog del año.
Un konex te tendrían que dar.
Según el indec, esté blog está 10 puntos.
Muy bueno Konurbard.
Te dejo un link de una página que tengo, hice una crónica sobre el Museo Evita, espero que te guste:
http://www.otro-turismo.com.ar/el_museo_que_vive.php
Saludos!
Amenábar: es que lo mío son los golpes bajos, vio? Pero un Konex no por favor, dios nos libre....
Mauri: no, no lo se el himno. y lo del San Martín , supongo que te referís a Kosciusko o al escritor Mickiewitz (o algo así) que es más bien una especie de José Martí.
Saludo!
Saludos
Saludos,
un abrazo conurbano.
salu2!
Claudio: quelevachache. Saludos.
Pato: me alegro amigo, porque es hermosa en serio.
Artemio: jejeje! es que no se como se maneja eso de la popularidad, así que por ahora dejemosló así, no? Igual, si me querés llevar a una de esas charlas que das, todo bien, eh!
saludos!
No me sorprende que sea así.
Te mando un cacho.
Alfredo entro y abarajo en el aire que no era un dia como cualquiera. Penso estupidamente que en la casa tambien estaban festejando el decimoquinto dia del octavo mes del calendario lunar la fiesta del Medio Otoño del año 4671. Y luego penso que dia era. Era exactamente 15 de setiembre de 1974. Quince de setiembre. Las mellizas cumplian ese dia 17 años.
Habria entonces banquete polaco.
Los Witoldsky no tenian familia. Todos quedaron en Ludwigsdorf, o se habian muerto, o se habian dispersado en la diaspora de los polacos. Pero habia aca unos tios que no eran tios. En realidad eran paisanos, del pais de los viejos. Las mellizas tenian, suponia Alfredo, que iba a otra escuela, amigas, con las que el sabado irian a bailar a Elsieland, Pero cada cumpleaños se preparaba en la casa sopa de remolacha (aunque el cumplia en enero, de la sopa no se zafaba), una gelatina que tenia vegetales adentro y que Alfredo devoraba con fruición polaca.Y después pierogi (que tenia pasta), arenque con crema y la visita traia makowiec, con semillas de amapola arriba, y drozdzowka, que era como una factura pero hecha en torta.
La mesa con padres paisanos y hermanas empezaba con un silencio que daba cuenta de espiritus recelosos y esquivos,Sin embargo, a medida que pasaba la hora, pasaban del castellano con acento, al dialecto polaco sin darse cuenta. Y terminaban cantando en voz muy alta canciones como aquella que le habia enseñado su madre desde la cuna. Esa del gato que se subio a la cerca…” Wlazł kotek na płotek i mruga,/i mruga,/ładna to piosenka niedługa,/niedługa.
En ese momento, con sus panzas llenas del banquete polaco, con los ojos celestes y el pelo desteñido su madre y su padre, ebrios de ausencia de la tierra y de vodka polaco de marca Sobieski, que se guardaba para las grandes ocasiones, eran felices.
Mas que el cumpleaños de las mellizas, parecia una fiesta de la resistencia del genero humano para olvidar la guerra, las migraciones, el olvido y el recuerdo de una patria tan lejana que parecia inventada.
Cuando la fiesta agonizaba y la luna se hallaba en el cenit, reina del universo, Alfredo sintio que Norma le dolia en alguna parte del cuerpo y le pidio a la reina luna que hiciera algo por ese sentir. Y entonces encontro la palabra. La palabra era amor. Amaba a Norma como un caballo.
Poco después se durmió en su pieza, mientras los viejos y los falsos tios cantaban en el comedor viejas polkas que los acercaban a su casa natal y cuya letra se le confundia con los cuentos de Huang y Fumanchu, con la muerte de Peron, en la duermevela de un dia agitado, con las charlas que llegaban como desde muy lejos sobre una antena que habian puesto en Varsovia y era muy alta, decian en polaco y Alfredo no sabia de que estaban hablando, pero en su sueño aparecio sobre la Luna Grande y Norma mirandolo, el estaba adentro de una pecera y se escuchaba un riff de guitarra, una radio, una tos, y la palabra Kantor.
Gracias por compartir este pedazo de su vida, es muy generoso ud.
El Peronismo es Amor y no hay con que darle..que lindo es ser Peronista, que lo pario!
Tengo una memoria basta jodida, puede ser que este relato ya fue publicado aca o en otro espacio?...o sonie con ud narrandomelo... anda a saber.
Un fraternal abrazo
La Gabi