Post enviado por la Niña Santa
Luis Guillón es un punto impreciso en el mapa del conurbano bonaerense. Desde que tengo memoria, cada vez que me preguntan de dónde soy, respondo: de Luis Guillón, al lado de Monte Grande, antes de Ezeiza pero pasando Lomas de Zamora. A pesar de la cantidad de coordenadas que tiro, no hay una sola persona que sepa dónde queda, exceptuando a los que toda su vida vivieron allí, por supuesto. Luis Guillón es también la ciudad de Los Eucaliptus, pero no creo que eso ayude a situar a nadie.
Es un barrio igual a sí mismo, que se va descascarando con el paso del tiempo, como bien pueden atestiguar los frentes de las casas bajitas que lo componen. Unas al lado de las otras, pareciera que el cielo se les está por caer encima, de tan amplio y pesado que se lo ve. No tiene un solo edificio de más de tres pisos, ni siquiera en las cercanías a la estación de tren de Luis Guillón, antes conocida como Parada Km. 23,450. El centro comercial se extiende como una cruz sobre Boulevard Buenos Aires, que es la avenida que comunica directamente con Monte Grande y que, al desembocar en la rotonda de Llavallol (frente a la Firestone), pasa a llamarse Avenida Antártida Argentina; y más internamente por la calle Madariaga, que une las profundidades de Barrio Lindo con la estación de Luis Guillón hasta llegar a la Avenida Fair, que bien al fondo conduce hacia el aeropuerto de Ezeiza. Recientemente, en todo ese trayecto que concentra la mayor actividad comercial de la localidad, la administración del intendente Gray ha colocado nuevas luminarias públicas, y ahora parece que siempre es de día, y el Boulevard Buenos Aires por fin empieza a ser tan bonito como su nombre.
Así como no hay edificios altos, tampoco se encuentra en todo Luis Guillón un solo bar donde ir a tomar algo por las noches; toda la vida nocturna de la zona se evacúa en los bares de Monte Grande, Adrogué o Temperley, según el público y la cercanía impuesta por el lugar de residencia de las amistades. Tal vez no haya ni siquiera amigos que vivan en el mismo barrio, el guillonense está condenado a ser un ave de paso que se mueve en el 501, el 394, el 165, el 318 y demás colectivos de mediana distancia. Es común encontrar caminando por las calles, casas que abren sus ventanales para vender golosinas y cigarrillos, tiendas de moda que llevan el nombre de la señora que las atiende, pequeñas remiserías de las que cuelga un cartel eterno: “Tomo auto” o “Se necesita chofer”. Todavía reinan los almacenes en el barrio, que contiene infinitos barrios dentro de sí mismo, y el límite entre uno y otro está dado por el almacén que concentra a los allegados. La máxima distancia que se está permitido caminar para comprar el pan, la leche o el jugo del almuerzo es de 5 cuadras, luego habrá otro almacén que abastezca a los de las 5 cuadras siguientes. Porque algo bueno que se ha decretado en el municipio es el control de los hipermercados. No está permitido emplazarlos en cualquier parte, todos están más o menos alejados de los centros neurálgicos, de los almacenes de Miguel, Cristina o Don Tino, que aunque careros, no son traicionados por sus fieles. Se acostumbra deberles el envase de la cerveza sin que haga falta la firma de un bono, al contrario, es el almacenero el que emite cuasimonedas en papel de fiambrería cuando no tiene cambio chico para darte el vuelto. Hay clientes han alcanzado tal nivel de confianza, que pasan del otro lado del mostrador y se cortan ellos mismos los 100 de queso de máquina. También es común ver a los niños de la cuadra con la bolsa de los mandados en una mano y la listita de compras hecha por la mamá, en la otra. Tal vez así aprendan a leer más rápido.
Todas las casas tienen su pequeño jardín atrás, y son contadas las que están edificadas contra la pared del fondo, dejando el terreno libre adelante. En cada casa hay un perro o dos, eso se los puedo asegurar, y todos tienen envidia del que sale de paseo por el barrio con su dueño, porque no es una práctica muy común: nadie saca a dar la vuelta al perro. El promedio de edad de los habitantes de Luis Guillón ha de ser de 50 años, sin miedo a exagerar. Los de 30 o poco menos, se han fugado encandilados por las luces de la gran ciudad, aunque siempre vuelven los fines de semana a almorzar con la mamá. Los chicos que aparecen de todas partes -con sus caritas frescas y su pertenencia aún en duda- no podemos decir de dónde salen, posiblemente sean nietos o primos o visitantes. No se cuenta con sangre joven en Luis Guillón, las baldosas son las que mejor lo saben.
Si no estuviera la estación por donde pasa el Roca que llega a Constitución, Luis Guillón sería un tipo que alguna vez tuvo un gran terreno cerca de la vía, pero que no le mejoró la vida a nadie. La Parada Km. 23,450 fue renombrada estación de Luis Guillón en 1926 en honor a este tipo que donó sus tierras para construirla. Es que la fundación de todos los barrios del conurbano tiene que ver con la solidaridad y el nulo apego a la propiedad privada. Sin ese gesto no tendríamos tren y hoy no existiríamos, ni siquiera como ese punto borroneado del que nadie escuchó hablar, a 30 minutos de la Capital.
Es un barrio igual a sí mismo, que se va descascarando con el paso del tiempo, como bien pueden atestiguar los frentes de las casas bajitas que lo componen. Unas al lado de las otras, pareciera que el cielo se les está por caer encima, de tan amplio y pesado que se lo ve. No tiene un solo edificio de más de tres pisos, ni siquiera en las cercanías a la estación de tren de Luis Guillón, antes conocida como Parada Km. 23,450. El centro comercial se extiende como una cruz sobre Boulevard Buenos Aires, que es la avenida que comunica directamente con Monte Grande y que, al desembocar en la rotonda de Llavallol (frente a la Firestone), pasa a llamarse Avenida Antártida Argentina; y más internamente por la calle Madariaga, que une las profundidades de Barrio Lindo con la estación de Luis Guillón hasta llegar a la Avenida Fair, que bien al fondo conduce hacia el aeropuerto de Ezeiza. Recientemente, en todo ese trayecto que concentra la mayor actividad comercial de la localidad, la administración del intendente Gray ha colocado nuevas luminarias públicas, y ahora parece que siempre es de día, y el Boulevard Buenos Aires por fin empieza a ser tan bonito como su nombre.
Así como no hay edificios altos, tampoco se encuentra en todo Luis Guillón un solo bar donde ir a tomar algo por las noches; toda la vida nocturna de la zona se evacúa en los bares de Monte Grande, Adrogué o Temperley, según el público y la cercanía impuesta por el lugar de residencia de las amistades. Tal vez no haya ni siquiera amigos que vivan en el mismo barrio, el guillonense está condenado a ser un ave de paso que se mueve en el 501, el 394, el 165, el 318 y demás colectivos de mediana distancia. Es común encontrar caminando por las calles, casas que abren sus ventanales para vender golosinas y cigarrillos, tiendas de moda que llevan el nombre de la señora que las atiende, pequeñas remiserías de las que cuelga un cartel eterno: “Tomo auto” o “Se necesita chofer”. Todavía reinan los almacenes en el barrio, que contiene infinitos barrios dentro de sí mismo, y el límite entre uno y otro está dado por el almacén que concentra a los allegados. La máxima distancia que se está permitido caminar para comprar el pan, la leche o el jugo del almuerzo es de 5 cuadras, luego habrá otro almacén que abastezca a los de las 5 cuadras siguientes. Porque algo bueno que se ha decretado en el municipio es el control de los hipermercados. No está permitido emplazarlos en cualquier parte, todos están más o menos alejados de los centros neurálgicos, de los almacenes de Miguel, Cristina o Don Tino, que aunque careros, no son traicionados por sus fieles. Se acostumbra deberles el envase de la cerveza sin que haga falta la firma de un bono, al contrario, es el almacenero el que emite cuasimonedas en papel de fiambrería cuando no tiene cambio chico para darte el vuelto. Hay clientes han alcanzado tal nivel de confianza, que pasan del otro lado del mostrador y se cortan ellos mismos los 100 de queso de máquina. También es común ver a los niños de la cuadra con la bolsa de los mandados en una mano y la listita de compras hecha por la mamá, en la otra. Tal vez así aprendan a leer más rápido.
Todas las casas tienen su pequeño jardín atrás, y son contadas las que están edificadas contra la pared del fondo, dejando el terreno libre adelante. En cada casa hay un perro o dos, eso se los puedo asegurar, y todos tienen envidia del que sale de paseo por el barrio con su dueño, porque no es una práctica muy común: nadie saca a dar la vuelta al perro. El promedio de edad de los habitantes de Luis Guillón ha de ser de 50 años, sin miedo a exagerar. Los de 30 o poco menos, se han fugado encandilados por las luces de la gran ciudad, aunque siempre vuelven los fines de semana a almorzar con la mamá. Los chicos que aparecen de todas partes -con sus caritas frescas y su pertenencia aún en duda- no podemos decir de dónde salen, posiblemente sean nietos o primos o visitantes. No se cuenta con sangre joven en Luis Guillón, las baldosas son las que mejor lo saben.
Si no estuviera la estación por donde pasa el Roca que llega a Constitución, Luis Guillón sería un tipo que alguna vez tuvo un gran terreno cerca de la vía, pero que no le mejoró la vida a nadie. La Parada Km. 23,450 fue renombrada estación de Luis Guillón en 1926 en honor a este tipo que donó sus tierras para construirla. Es que la fundación de todos los barrios del conurbano tiene que ver con la solidaridad y el nulo apego a la propiedad privada. Sin ese gesto no tendríamos tren y hoy no existiríamos, ni siquiera como ese punto borroneado del que nadie escuchó hablar, a 30 minutos de la Capital.
Comentarios
Hermoso relato.
Saludos.
Muy dulce y apegada la mirada de la niña santa.
este texto reboza sensibilidad en cada línea. Luis Guillón es nuestro y lo suyo es supremo.
Mariano
Lo de los vecinos cortándose el fiambre debería venderse en un paquete turístico.
d.
Otra (?),Labure en MOnte Grande un par de años...y en invierno a la altura de Turdera, juro que bajaba un par de grados la temperatura y empezaba a hacer un frio de cagarse (es algo totalmente verificable si hacen el viaje por la mañna)...A la altura de guillon ya era hipotermia...
El Lurker
No para muy seguido en los blogs eso.
Saludos a la autora del post y a conu por divulgarlo.
si algo nos acomuna en la diversa suburbia, es esa sensación del cielo pesado y cerquita, que parece que se nos viene encima.
me trae a la memoria las primeras películas de perrone y los cuentos más fibra-peronistas de abelardo castillo.
gracias, de nuevo, niña santa. el placer de leerte, como postales de otoños de sol.
hermoso post!! Como te dije el otro día Conu, tenían que volver las localidades conurbanas!!
Los de sangre joven tampoco escaseamos tanto che... yo no viviría en otro lado, me gusta Guillón, tengo a mis mejores amig@s acá y es un lugar cómodo para vivir, me acostumbré bastante y no tiro un solo papel en el barrio, ahora... los de otros lados se joden (?). Eso si, queda lejos de Buenos Aires, con todo lo malo... y lo bueno que conlleva eso. Me acuerdo del Ekono que estaba donde está ese Plaza vea, supermercado con menos variedad que una fábrica de cajas. Vivo a unas cuadras de la foto, que es René Favaloro, Ex JM de Rosas, Ex Caseros (?) y Boulevard
(Al ritmo del tuta tuta)
No somos de Monte Grande
Tampoco de Lavallol
Nosotros somos los pibes
De Luis Guillon!
Vamos Luis Guillon!!
Vamos Luis Guillon!!
Vamos Luis Guillon!!
Vamos Luis Guillon!!
gran abrazo