Me gusta, ya saben, la cumbia santafesina. No tengo nada en contra de las otras variantes del género (villera, colombiana, romántica, etc) : simplemente crecí escuchando grupos como Los Leales, Los Del Bohío, Los Lamas, entre otros, y me llega al corazón ese estilo en particular, a diferencia de los demás.
Pero en este post no quiero hablar de eso, sino de una historia que me tocó vivir hace unos años, y que recordé hace unos días, cuando una persona muy especial me hizo acordar de la misma.
Estábamos, ella y yo, en la puerta de un baile (sí, yo prefiero el témino "baile", porque "bailanta" me suena despectivo) haciendo tiempo para entrar. Tomábamos una cerveza en la vereda, muy cerca de la entrada, donde los patovas ecrutaban meticulosamente los pies de los asistentes varones ¿Por qué? Resulta que los dueños del lugar, se habían encaprichado con que los hombres debían entrar de zapatos.
Hasta ahí, todo más o menos dentro de lo normal (teniendo en cuenta lo del famoso "derecho de admisión") , de no ser porque a unos pocos metros de donde nosotros tomábamos nuestra cerveza, estaba "El Señor de los Zapatos": un hombre que a cambio de diez pesos, te alquilaba un par de mocasines u algún otro calzado formal, que cumpliera con la normativa impuesta para ingresar al boliche.
El Señor de los Zapatos era un hombre retacón y entrador. Hablaba mucho y aconsejaba modelos para los demandantes. Como cualquier vendedor de ropa, ofrecía asesoramiento en cuestiones estéticas, casi siempre positivas.
La transacción era muy simple, similar a la de cualquier guarda ropas: diez pesos y un par de zapatos sin lustrar, a cambio de los pares de zapatillas que en ningún caso bajaban de los 300 mangos. Un número de talonario de rifas hacía las veces de garantía del acuerdo. Las chicas que acompañaban a los muchachos preguntaban, inquietas, hasta que hora se quedaba este servidor.
-Hasta cualquier hora, señorita. -contestaba nuestro amigo, con la eñe y la erre un poco patinosas-.
La noche se hacía cada vez más corta, y nosostros no nos pudimos quedar a comprobar si El Señor de los Zapatos cumplía efectivamente con la palabra empeñada. Suponemos que sí, porque parecía buen comerciante.
Entramos al baile, y al rato, presenciamos una escaramuza por problemas de polleras (demasiado cortas).
En el entrevero, vi volar un zapato masculino que nadie recogió. Afuera, unas naiks hermosas cambiaban de manos. O de pies.
Pero en este post no quiero hablar de eso, sino de una historia que me tocó vivir hace unos años, y que recordé hace unos días, cuando una persona muy especial me hizo acordar de la misma.
Estábamos, ella y yo, en la puerta de un baile (sí, yo prefiero el témino "baile", porque "bailanta" me suena despectivo) haciendo tiempo para entrar. Tomábamos una cerveza en la vereda, muy cerca de la entrada, donde los patovas ecrutaban meticulosamente los pies de los asistentes varones ¿Por qué? Resulta que los dueños del lugar, se habían encaprichado con que los hombres debían entrar de zapatos.
Hasta ahí, todo más o menos dentro de lo normal (teniendo en cuenta lo del famoso "derecho de admisión") , de no ser porque a unos pocos metros de donde nosotros tomábamos nuestra cerveza, estaba "El Señor de los Zapatos": un hombre que a cambio de diez pesos, te alquilaba un par de mocasines u algún otro calzado formal, que cumpliera con la normativa impuesta para ingresar al boliche.
El Señor de los Zapatos era un hombre retacón y entrador. Hablaba mucho y aconsejaba modelos para los demandantes. Como cualquier vendedor de ropa, ofrecía asesoramiento en cuestiones estéticas, casi siempre positivas.
La transacción era muy simple, similar a la de cualquier guarda ropas: diez pesos y un par de zapatos sin lustrar, a cambio de los pares de zapatillas que en ningún caso bajaban de los 300 mangos. Un número de talonario de rifas hacía las veces de garantía del acuerdo. Las chicas que acompañaban a los muchachos preguntaban, inquietas, hasta que hora se quedaba este servidor.
-Hasta cualquier hora, señorita. -contestaba nuestro amigo, con la eñe y la erre un poco patinosas-.
La noche se hacía cada vez más corta, y nosostros no nos pudimos quedar a comprobar si El Señor de los Zapatos cumplía efectivamente con la palabra empeñada. Suponemos que sí, porque parecía buen comerciante.
Entramos al baile, y al rato, presenciamos una escaramuza por problemas de polleras (demasiado cortas).
En el entrevero, vi volar un zapato masculino que nadie recogió. Afuera, unas naiks hermosas cambiaban de manos. O de pies.
Comentarios
Abrazo.
No Anita, aún no estoy en FB.
llego a destino?
saludos.
no tiene nada que ver , pero alguna vez tendríamos que aclarar que el kun, no es la itati, sino de los eucaliptos.
abrazo.
LOS DEL FUEGO
hacen sonar en los Barrios del Conurbano la mejor version de un tema de Silvio Rodriguez
(que quiza de otro modo no hubiese llegado a ser escuchado); es el "OJALÁ".
Mejor versión por ese punteo unico santafesino, lleno de alegria y tristeza, y porque ademas SE BAILA... en la calles de tierra... por ejemplo de La RIBERA QUILMEÑA
Otro lugar en donde mis amigos me comentaron q pasa esto es en Joya de Sarandi.
Ricardo
Me hace acordar a los que salen a vender paragüas ni bien empieza la garúa...
Saludos!
Postino: vayámonos de Parranda.
Ricardo, dígale a su amigo que le cuente más. Lo de los zapatos, en estos casos, es anecdótico. Lo jugoso (?) está puertas adentro.
Ella: pero claro! el marketing de los vendedores ambulantes es infalible.
Fue una de esas fotos que no se olvidan.
Besos
Mechi
Veo a los pibes de mi barrio, sentados en la puerta, con las Honda paradas en la esquina mientras toman cerveza, y pienso dos cosas: si las señoras de Recoleta pasaran, además de ensuciarse de tierra sus lustrosos zaptitos, cruzarían de vereda, pero si oyeran la música que escuchan esos pibes, se cagarían de risa.
No puedo creer que los que antes escuchaban Hermética a todo lo que dan, hoy escuchen llantos cursis de amores perdidos.
Desde Ituzaingó del Buen Ayre, Federico
saludos